jueves, 19 de agosto de 2010

Los caminos rotos




 Diario de Roma, 9 de junio de 1998

“Fue vencida una vez,  pero incluso entonces era digna de gloria. Por eso la llaman reina”
El olor a hierba mojada se introduce por mi nariz hasta quedarse incrustado en lo más profundo de mi cerebro. Las nubes plomizas, frías y grises, descargan toda su húmeda agresividad sobre mí. Las gotas, más parecidas a balas que nunca, me atraviesan, me rompen en pequeños fragmentos. Cierro los ojos, aspiro un segundo y siento como me empapan el pelo, la ropa, la nuca y desde ahí como bajan, recorriéndome con la lentitud de un amante, hasta deslizarse entre mis manos y manchar las páginas de este diario donde escribo. Por un momento bajo la vista y sonrío, el papel parece estar hecho a base de pieles de guepardos. Siento como el agua ahoga mis pensamientos, más demoledores quizá que cualquiera de esas balas líquidas que me impactan.
 Una frase, un leitmotiv, se me repite cada pocos segundos en mi cabeza: hoy no es un buen día.
 Vuelvo a sonreír, en el fondo siempre he sido una sarcástica. Me río cuando pienso en la soledad del parque, un desierto cubierto de agua. Sin embargo, esta auto-broma enseguida me entristece cuando mis neuronas -que en maldita la hora hicieron la correcta sinapsis- me recuerdan que mis palabras anteriores eran puro recurso de antítesis. El verde de los castaños y los robles contrarresta el gris plata del cielo, la luz blanca del sol puro y claro que se esconde tras él, apenas puede atravesar la coraza metálica de las nubes. Los escasos rayos de luz que llegan hasta donde estoy yo iluminan sin piedad los parterres de pensamientos, cegando mis ojos a los brillantes colores que desprenden. La chaqueta de cuero marrón que Giuseppe me ha regalado hoy se siente pesada, un lastre más que me ata a este banco de madera añeja situado en mitad del bosque. Por un instante temo que venga el lobo que habita en él y me devore, pero rezo porque venga rápido y acabe conmigo antes de que lo haga mi propia frustración desenfrenada. Qué más da que sea ahora, qué más da que sea dentro de cuarenta años. Yo, como el cielo, también estoy llorando.
En realidad, sé que lloro por ilusa porque esto ya se veía venir desde hace tiempo. Confesar a mi madre mi deseo de dedicarme por completo a mi pasión, la literatura, no ha sido mi más brillante idea, pero tampoco podía vivir ocultándolo. Especialmente ahora que tengo que solicitar la plaza de la Universidad. Clément me aconsejó esconderlo, poner como primera opción Filología y olvidarme de todo lo demás, probablemente para cuando a mi madre le diera por revisar los papeles ya sería demasiado tarde para cambiarme. Pero hay que ser honestos en esta vida, como suele decir Giuseppe, y aunque el engaño salga bien un año y otro y otro… ¿Qué haría en la ceremonia de graduación de mi carrera o en mi diploma de la universidad? ¿Asistir a dos ceremonias y tachar con corrector donde pone “Filología y Estudios literarios” para sobrescribirlo con la palabra “Económicas”?
Sé que nada me gustaría más que estudiar Filología y ahogarme en un sinfín de autores y estilos diferentes. Quiero saborear las dulces mieles del preciosismo barroco y desgarrarme en el mismo dolor que sintieron los autores de la posguerra. Me gustaría saber qué llevó a los grandes poetas románticos a romper con sus precedentes y ahogarse en sus desbordados sentimientos. Deseo conocer cada estructura que conforma esta lengua mía, versátil como ella sola, construir perfectas metáforas, aliteraciones o grandiosas hipérboles que cuenten, en fin, lo que siento. Sin embargo, la sombra de mi difunto padre sigue alargando su garra oscura para romperme una vez más en cien mil pedazos. No voy a hablar de ése cabrón, no quiero manchar estas páginas malgastando palabras contra ese hombre que aún hoy se me aparece en pesadillas. Por eso no entiendo a mi madre cuando me insiste en que ayude a mantener vivo su legado, cuando consagra la vida al hombre que nos hizo tanto daño.
 Ahora me obliga a abandonar mis sueños por estudiar una carrera que detesto y que según ella “me ayudarán a entender mejor mi sitio como futura gerente de la empresa”. No lo entiendo. El padre de Clément es quien maneja ahora casi todas las operaciones y por lo que he oído decir, lo hace realmente bien. Clément está dispuesto a seguir sus pasos ya que ve construir un imperio empresarial como una especie de juego de estrategia, algo emocionante y casi divertido. Tiene sus propias ideas y le gustaría desarrollarlas. Muchas veces me ha hablado de cambiar el rumbo cuando él se convierta en presidente, de apostar por productos ecológicos y de ayudar a mejorar la economía de países del tercer mundo con nuevas políticas. Está más que dispuesto a sacrificar beneficios por  buenas acciones, a ayudar a que este mundo sea un poco mejor y a convencer a los accionistas de que su propuesta es irrechazable. Es él a quien deberían hablarle de futuros de empresa, no a mí que odio los números, detesto las reuniones y soy incapaz de ordenarle nada a nadie. No sirvo como gerente, que es el puesto de mi madre, y mucho menos como heredera del papel de mi padre. A él le importaba poco o nada presionar, destruir pequeñas empresas con tal de mejorar su propio bienestar. Pensaba que mi madre me conocía un poco más que esto y se daría cuenta que como sucesora suya seré un desastre. Sin embargo, creo que no me lo ha contado todo ya que no sé cuál es el problema de figurar sólo como titular de sus acciones y de ser algo así como socia honorífica.
Estoy poco más que destrozada. Mi madre mantiene que no me pagará otra carrera que no sea ésa y que no aceptará ni muerta un “me iré de casa a cumplir mis sueños”. Sobornará, rebuscará y hará de todo por encontrarme. Ella, pese a que empiece a dudarlo, creo que sabe como soy. Así que supongo que ha adivinado que en cuanto me ha hablado de no pagarme los estudios por mi cabeza lo primero que ha pasado ha sido la idea de largarme con el dinero de mi fondo de estudios y trabajar por mí misma. No sé qué hacer. No puedo acceder al fondo fiduciario con el dinero puesto que comparto la titularidad con mi madre. No sé qué hacer.
-  ¿Miele? ¿Estás por ahí?- La voz de Giuseppe rompe con la soledad del parque. Me seco las lágrimas con rapidez y cierro rápidamente el cuaderno.

A los pocos segundos de guardar el diario, Giuseppe apareció tras un pequeño seto, envuelto en un chubasquero naranja butano. Mi querido italiano se acercó hacia mí con lentitud, evitando cuidadosamente cada charco del camino para no ensuciar aún más de barro sus zapatos Gucci. Iba todavía con el uniforme y la visera azul de la gorra le asomaba por debajo de la capucha del chubasquero. Sus grandes ojos grises estaban fijos en mí y su nariz enrojecida goteaba. Con calma se sentó a mi lado y de un bolsillo del chubasquero sacó un pequeño paraguas
- lI vostro povero chófer os ha traído un regalo para protegeros de la lluvia. No quiero morir a manos de la jefa, así que no puedo permitir que te sigas mojando bajo esta réplica del Diluvio Universal  È d'accordo con me, miele?
Giuseppe abrió un paraguas rojo y me pasó el brazo por encima del hombro en un gesto reconfortante. Empecé a tener mucho frío, pese a que estemos ya en junio. Entonces, el brazo de Giuseppe, grande como el de un oso, me empujó hacia su pecho. Respiré el aroma a humedad que exhalaba la tierra y sentí a Giuseppe a mi lado, protegiéndome. No sé qué haría sin él. Lleva a mi lado cerca de cinco años y en este tiempo se ha convertido en el padre que nunca he tenido, ese que aparecía por las noches con su enorme silueta de metro noventa asomando por el quicio de la puerta para llevarme un vaso de té caliente.
- Tienes razón, debería regresar -le dije titubeante-  Me voy a poner enferma y mañana tengo un examen de economía del cual no tengo la más remota idea. Pero no todavía, por favor.
-Ya sé que lo que te ha dicho tu madre no es lo que esperabas, miele. Non sono stupido, sé  que estás triste y que necesitas tiempo para asimilarlo. Nos quedaremos lo que quieras aquí, bajo la lluvia.
- Gracias…- En ese instante tuve la sensación de que mi futuro se disolvía como una gota recién caída de las nubes en un charco de lodo. Arriba los sueños, abajo la pantanosa realidad. Se hizo el silencio durante unos segundos en los que sólo se escuchaba el ruido de la lluvia caer sobre nosotros. Por un momento supe que podría quedarme así, abrazada a Giuseppe, para siempre.
- Tu madre ti ama, sólo quiere lo mejor para ti – dijo de repente Giuseppe girándose y mirándome a con sus ojos grises fijamente – Tú no lo sabes porque es muy orgullosa y nunca lo menciona. Además no quiere que se sepa, le da vergüenza reconocer de dónde vino. Fue pobre y lo pasó muy mal, tuvo que renunciar a muchas cosas y no me refiero solo a objetos, perdió a mucha gente y ella misma se perdió por el camino. Tu padre en cierta forma le dio todo lo que tiene, es natural que desee respetar una de sus últimas voluntades.
Con rapidez levanté la cabeza y lo miré con los ojos como platos. La información, inesperada y sorprendente, me sacudía de la cabeza a los pies. No sabía nada de todo eso que me contaba. En cierto modo, para mí, mi madre es una persona sin pasado. Como si fuera alguien que ha nacido expresamente para criarme, para estar conmigo. No sé si soy yo sola o son también el resto de los jóvenes los que piensan así de sus padres, supongo que somos muchos los que vemos a nuestros como progenitores únicamente en ese papel familiar, sin ser capaces de entender en toda su magnitud lo que un pasado significa. Ahora, sentada en mi escritorio, mirando la lluvia a través de la ventana y envuelta en el albornoz me doy cuenta de lo ingenua que he sido respecto a ese tema ya que siempre imaginé que mi madre había crecido en el mismo ambiente que yo. Si no me lo hubiese dicho Giuseppe pensaría que es una broma ¿Quién ve ahora a una muchacha humilde en la estirada Regina?
-  ¿Mi padre se casó con una chica pobre? ¿Mi padre? – me costaba creer esto de mi difunto progenitor, incluso ahora me parece algo irreal- ¿El también cambió con el tiempo o qué? –repuse con amargura
- Tu padre no cambió, jamás lo hizo. Il diavolo non è mai muta - algo similar a una sonrisa triste surcó por un segundo su rostro y por un momento me pareció mucho más viejo de lo que era- Yo lo conocí en la misma época de tu madre, de hecho ambos vivíamos en el mismo barrio, éramos vecinos. Tu padre empezó en el negocio desde abajo, al servicio del abuelo de Clément, no fue hasta mucho después que ascendió y pudo convertirse en uno pezzonovante en la empresa. Ambos trabajaron muy duro para ascender en la sociedad y poder permitirse todo tipo de lujos. Aunque supongo que no es eso lo que te interesa saber.
Guiseppe se levantó del banquito y alargó su enorme mano hacia mí. Sus facciones cuadradas y bondadosas me sonrieron con ternura mientras me sostenía el brazo con cuidado. Lentamente, bajo el paraguas rojo y con el olor de los robles aún adherido a mi nariz, emprendimos en regreso a casa. El repiqueteo de las gotas de lluvia contra el paraguas fue el único sonido que nos acompañó todo el trayecto, permitiéndonos hablar sin pausa.
- ¿Conocías a mi madre cuando era joven? –pregunté asombrada- nunca me lo habías dicho.
- E 'vero che non ha mai chiesto. Nunca preguntaste nada, asumiste que yo era un empleado más. - una pequeña sonrisa triste asomó en su rostro- Me contrató porque yo la conocía de joven y tras el fallecimiento de tu padre se encontraba un poco sola. Además buscaba chófer, claro.  Pero non è questo il problema principale, tu padre se casó con tu madre porque ella era toda una belleza, además, Regina siempre fue extremadamente elegante – la historia me estaba resultando completamente fascinante, sin embargo aún así me sorprendió la familiaridad con que llamó a mi madre “Regina”. Normalmente no es que suela ser muy ceremonioso, pero mantiene las distancias- lo demás es historia.
Suspiré profundamente con desazón y levanté los ojos del suelo. Cuando lo hice me di cuenta de que ya nos acercábamos a la pequeña parada de autobús que se encuentra al principio de mi calle. Ver el banquito roto y el pequeño arbusto cuajado de flores amarillas me produjo una sensación inquietante. Ahora comprendía mejor la postura de mi madre, supongo que a una madre nunca le gusta ver como su hija se encamina a perderlo todo.
- Perdona a tuo padre egoísta, era siciliano y como todos los hombres de esa tierra, muy celoso de lo suyo, tanto de su bella esposa como de su patrimonio. Por lo que yo sé tú estabas presente cuando se leyó el testamento ¿Así que de qué te extrañas, miele?
No fui capaz de contestar a esa pregunta, ni creo que lo sea nunca. Mi padre es un agujero negro en mi memoria, pero en cierto modo jamás he perdido  la esperanza de encontrar algo noble, considerado, en él. Sé que para él la empresa era algo puramente familiar, un valor seguro mientras se mantenga la unión con la familia de Clément. Recuerdo el día en que leyeron el testamento, había mucho sol y yo sólo pensaba en salir afuera a charlar con Clément. Estaba aburrida de esperar en el despacho de abogados a que llegaran todos y se produjera la lectura del documento. También recuerdo que el rígido vestido negro me picaba, pero mi madre me había pedido que aguantase el tipo, no quería que la familia de mi padre tuviera la oportunidad de decir que yo era una maleducada. Siempre me extrañó un poco ese odio que sentían hacia nosotras, la envidia biliosa de unos hermanos venidos a menos que observan con los dientes chirriando la buena suerte del hijo pródigo “aquel que abandonó la granja para buscarse la vida en la gran ciudad” Eso era lo que siempre decía mi padre cuando estaba de buen humor.
Al menos ahora entiendo un poco más su odio, supongo que mi madre les debía parecer una buscona de barrio bajo, una buscona, además, no italiana. En mi mente aparecen imágenes de ése día, algunas borrosas, como los rostros de los abogados y otras nítidas como la figura altiva, regia de mi madre apoyando sus manos embutidas en unos guantes de terciopelo negro en mi espalda. La suavidad del terciopelo me provocaba pequeños escalofríos. No recuerdo muy bien lo que dijeron, excepto dos cosas, las más importantes: que mi madre no debía casarse, ni tener hijo alguno con otro hombre si quería seguir siendo una viuda rica y que yo debía trabajar en la empresa en cuanto fuera mayor de edad. Sólo podría retirarme en el caso de que tuviera un hijo y éste asumiera mi cargo, sino lo hacía yo también lo perdería todo.
Supongo que mi padre temía que perdiéramos parte del poder que tanto le había costado conseguir o quizá no quería vernos sufriendo cualquier tipo de privación. Nos lo dejó todo, sin hacer ningún tipo de reparto entre sus padres o sus hermanos, pero impuso unas duras condiciones, todo será para ellos si alguna de las dos rompe el contrato y pongo mi mano en el fuego a que esa panda de víboras que son mis tíos ruegan cada día porque alguna  decidamos romper las reglas. En el fondo es culpa mía, porque cuando le dije a mi madre que quería ser sabía que había una alta probabilidad de que se negara.

Guardé silencio hasta que llegamos a la casa. Durante los minutos que quedaban de camino sólo se escuchó el sonido repetitivo de la lluvia cayendo. Aunque la cancela principal estaba abierta, preferí entrar por atrás, por la cocina. En ese instante sólo intentaba retrasar unos segundos más lo inevitable, hablar con mi madre que me esperaba, incólume, en el salón. En el salón hacía calor así que me quité con cuidado la chaqueta bajo la atenta mirada de mi madre, que me miraba con una ceja enarcada desde el sillón. Mientras me acercaba hacia ella intenté mirarla como lo habría hecho mi padre o cualquiera de los muchachos de su padre, quería verla desde fuera, quería descubrir la bellezza que había enamorado al hombre más clasista del mundo.
El rostro ovalado, los ojos almendrados y la boca carnosa. Los pómulos altos, la piel lisa, fina, transparente. Las arrugas casi son imperceptibles. El pelo lo llevaba recogido hacia atrás en un moño bajo, lo que no hacía más que realzar lo aristocrático de su rostro, formado a base de elegantes elipses. Sus pupilas verdes se me clavaron como cuchillos. Hoy llevaba una bata negra. Nunca me ha gustado ese color para ella, la hace parecer más severa.
-  ¿Te has calmado ya?
- Sí y no. Sabes que jamás me ha gustado la economía, no me gusta la empresa y escribir es mi pasión. No quiero trabajar en eso, pero entiendo la situación –repuse con frialdad.
Mi madre me miro largamente durante unos minutos. Hasta que por fin pareció suspirar y se relajó un poco. Con suavidad se deshizo el moño y dejó que sus rizos de color platino cayeran sobre sus delicados hombros. Con un gesto cansado se sentó en el sillón que está más próximo a la ventana. Mientras miraba la lluvia deslizarse suavemente por los rosales del jardín me habló con voz suave, de una forma directa, desgarradora y serena.
- ¿Te crees que es fácil para mí, Roma? ¿Crees que me gusta no poder tocar un hombre, que no añoro volver a tener alguien fijo a mi lado o que no me gustaría incluso darte un hermano? Tu padre siempre fue algo egoísta, pero el día en que firmó el maldito testamento se superó así mismo. Hay veces que le extraño mucho y otras que lo detesto incluso con más fuerza que la que le amé.
- Madre…-la voz me salió ahogada, quizás porque nunca he visto a mi reservada madre abrirse tanto, jamás me ha dejado ver las sombras de su corazón.
- Roma, estudia económicas, la familia de tu padre es un ave rapaz dispuesta a arrancarnos hasta el último centavo. Trabaja en la empresa durante unos cuantos años, no muchos, con que hagas el paripé dos o tres años bastará. Después puedes casarte o tener hijo o sobornar a un médico para que te diagnostique estrés. Entonces serás dueña de tu vida, pero si de verdad quieres engañar a tu familia tienes que estudiar algo relacionado con la empresa. Luego podrás simplemente ser algo honorífico o dejarlo todo en manos de algún asesor de confianza.
- Comprendo… pero no sé si cuando sea más mayor podré estudiar literatura de una forma seria, quiero decir, me gusta de verdad. No quiero que sea sólo un hobby.
En ese momento tocaron a la puerta y Giuseppe, vestido ahora con un uniforme seco, entró en la sala con tranquilidad. Sin decir una palabra, se sentó en el sofá que hay enfrente de mi madre y me pasó un brazo por los hombros. Mi madre abrió un poco los ojos, como una señal de sorpresa ante la familiaridad de Giuseppe, pero no dijo nada. Supongo que ya le habrían dicho algo el resto del servicio.
- Regina, no te digo esto como chófer sino como amigo. Todos sabemos que Roma debe estudiar economía, pero una cosa no quita la otra. Puede que Santino te obligara a dejarte revisar tus cuentas por el abogado de su familia para ver que no mantienes a nadie de forma “inapropiada” y que coartara cualquier libertad que pudieras tener en el plano sentimental, pero quien hizo la ley hizo la trampa, nulla è più certo del fatto che, bien que lo sabes, Regina.
- ¿A qué te refieres?- dijo interesada repentinamente en la idea. Yo los miré con cara de incomprensión, pero no me hicieron caso.
- Que en el instituto de Lenguas Modernas ofrecen clases de filología de todos los idiomas. Podrías, simplemente, dejar que Roma se buscara un trabajo, uno que pudiéramos mostrarle al abogado, a ser posible uno que no fuese fijo, por horas quizá. Podrías este mes subirme el sueldo, algo significativo o como mínimo lo bastante para que pudiera pagarle a Roma su cursillo. Ese picapleitos no puede mirar en qué me gasto yo el dinero, y llevo bastantes años con vosotras como para merecérmelo, non ha sospettato nulla.
En cuanto lo dijo, mi madre se abalanzó a su cuello y le dio uno de los abrazos más sinceros que he visto nunca. Yo no podía creerlo, y daba a su alrededor saltos de alegría mientras intentaba besar su rostro áspero. Giuseppe empezó a reírse y medio en broma dijo que si sabía que un aumento de sueldo nos pondría tan felices debería haberlo pedido antes.
Así que ahora estoy aquí, en mi cuarto, mirando como llueve y con una sonrisa de oreja a oreja. Puede que más tarde llame a Clément para decirle que mañana me invite a un café en el Starbucks y de paso, me ayude a buscar un trabajo.  Me muero de ganas de contarle como se ha desarrollado todo, de muero de ganas de reírme y sobre todo, me muero de ganas de sacar ese viejo cuaderno rojo donde suelo escribir los cuentos que mi mente se divierte creando. Elevo la vista hacia la estantería, observo los nombres de los autores y por un momento imagino que me escuchan porque quiero decirles que un día seré una de ellos. Anochece y los rayos violetas, rosas y dorados del atardecer hacen brillar las partículas de polvo en el aire. Ha dejado de llover y el sor del ocaso se despide de forma triunfal entre las montañas. Abro la ventana para aspirar el aroma de la tarde y agradecer al mundo esta oportunidad que todavía me parece mágica. Con cuidado me siento en el borde de la ventana, dispuesta a escribir y a observar cómo la noche da paso al día. En la calle, la gente pasea a sus perros y se dirigen a sus respectivas casas. El sol se refleja en los tejados de pizarra de las mansiones de estilo francés que siembran el barrio en el que vivo. A riesgo de deslumbrarme, me atrevo a levantar la vista un poco más, en dirección al parque. Unos niños juegan bajo un enorme roble y las que parecen sus niñeras los observan sentadas en un banco. De pronto, una bicicleta roja hace sonar su timbre, rompiendo la tranquilidad de la tarde. La conduce una chica de pelo largo y negro como el carbón que frena y cuelga algo de una farola. De pronto, el teléfono suena, seguro que es Clément así que me apresuro a cogerlo. Antes de descolgar, la brisa de la tarde se cuela por la ventana, trae,  desde algún lugar, un aroma a vainilla.  

lunes, 16 de agosto de 2010

El olor de lo bohemio



Diario de Roma, 20 de abril de 1993

 “El corazón sabe lo que la razón ignora”

¡LA VIDA ES MARAVILLOSA!
Hoy estoy muy feliz y afortunadamente tengo motivos para estarlo: Clément y yo hemos burlado la seguridad de la casa  para poder ir a la feria que se celebraba en la parte oeste de la ciudad. Nos ha costado muchísimo escaparnos y en un par de ocasiones casi nos pillan por culpa de la torpeza de Clément a la hora de correr por el jardín. Desde que dio el estirón está patoso, como si no supiera manejar las dos gigantescas piernas que le han salido de repente. El plan ha ido sobre ruedas, tantos días preparándolo todo han merecido la pena. Durante toda la semana he estado hablándole a mi madre de un trabajo para la clase de religión que iba acerca de los movimientos monásticos, además le he dicho que Clément sabía mucho acerca del tema, puesto que él tuvo que realizar un trabajo similar el año pasado y de que debía, por tanto, pasar el fin de semana en su casa ya que su biblioteca es mucho mejor que la nuestra.
Lo cierto es que me parece muy estúpido tener que andar mintiendo para poder quedarme a dormir una noche en la casa de mi mejor amigo. Mi madre cree que no es conveniente que pase tanto tiempo con él ya que aunque sea el hijo del jefe, si las monjas del colegio se enteran de que paso todo mi tiempo libre con un chico en vez de con las bobaliconas de mis compañeras, me meteré en problemas. Sé que en el fondo tiene razón, pero es un motivo tan absurdo que no puedo hacer más que ignorarlo. No quiero pasar las tardes con esas tías. Son pijas, engreídas y están completamente obsesionadas con los hombres. Y cuando digo completamente es total y absolutamente obsesionadas. Cuando les dije que por las tardes quedaba con Clément se escandalizaron y empezaron a hacerme preguntas del tipo “¿Lo has besado?” “¿Es tu novio? ¿No? No lo entiendo si yo tuviera un chico cerca…” o la mejor “¿Y ya te has acostado con él?”. Sólo piensan en quedar con chicos, conocer chicos y tener novios. No entienden que sólo vea a Clément como mi mejor amigo o como un hermano y sé que rumorean que a lo mejor yo sea una de esas chicas raras del instituto, de ésas a las que les molan otras tías y son todas gordas o con camisa a cuadros.
El caso es que la convencí, recogí mis cosas para pasar la noche en casa de Clément y Giuseppe me llevó hasta allí. Estoy segura de que Giuseppe estaba al tanto de mis intenciones porque al despedirnos, bajó la ventanilla del conductor y me susurró bajito “No sé tú, pero yo no cenaría hoy. Si uno se entretiene comiendo luego se le hace tarde para todo lo demás, a mí me pasó ayer y casi no llego a coger el autobús que va a la feria del Barrio Bohemio. Ya sabes, la línea 3 dirección oeste que pasa sobre las once de la noche en la calle paralela a ésta”. Cuando se fue, entré en la casa y tras saludar a sus padres, fui directamente a ver a Clément. Le conté lo que mi chófer me había dicho y estuvo de acuerdo conmigo en que entonces era mucho mejor adelantar el plan una media hora y coger el autobús en vez de llamar un taxi. Aprovechando que había llegado pronto, nos pusimos a “estudiar” (véase leer los nuevos comics de Spiderman que Clément se había comprado) y más tarde a ver episodios repetidos del príncipe de Bel-Air en la nueva televisión que Clément tenía para su cuarto. Merendamos hasta casi vomitar y así pudimos convencer a María -la nueva cocinera - de que no teníamos hambre y de que era una idea mucho mejor acostarnos pronto para así seguir estudiando mañana. Como siempre, yo dormí en la habitación de invitados que se encuentra justo al lado de la de Clément, por lo que reunirnos en su habitación y escapar por la ventana fue pan comido. Realmente, es una suerte su cuarto esté en la planta baja, si hubiéramos tenido que escaparnos del mío, situado en un la segunda planta, habría sido imposible. Atravesamos el enorme jardín corriendo, escondiéndonos tras los arbustos y huyendo de las luces de las farolas.
El camino de ida en el autobús se me hizo eterno, estaba deseando llegar a la feria. No era sólo la idea de algodón de azúcar, gofres y demás chucherías, era algo más. Me sentía con ganas de verlo todo, de vivirlo todo. La Feria del Barrio Bohemio es algo así como un crisol de todas las culturas y tenía ganas de mezclarme entre toda esa gente tan abiertamente diferente a mí. Nunca he creído a mi madre cuando dice eso de que “el Barrio Bohemio es el lugar donde van las ratas, las personas que no tienen donde caerse muertas”, es como si insistiese demasiado en que es un lugar peligroso. Hoy lo he visto con mis propios ojos lo he vivido y puedo decir que se equivoca.
Es el lugar más maravilloso del mundo. Al bajarme del autobús, justo en la puerta del Jardín Botánico, he creído estar en un sueño o más bien de estar despertándome de uno, el sueño que he vivido durante toda mi vida y que creía que era la única realidad. En esta nueva realidad las casas no son grandes mansiones blancas, sino pisos apretujados unos con otros de todos los colores que se pueda imaginar o vetustas casas de madera escondidas tras una esquina. La realidad que vi estaba hecha de balcones iluminados de bombillas de colores y callejuelas estrechas que suben bajan y se retuercen sobre sí mismas plagadas de puestos callejeros de artesanía iraní, polaca o boliviana con ancianas curioseando envueltas en chales junto a punks de chupas de cuero y llamativas crestas. De musulmanas con el burka puesto que pasan a tu lado silenciosas como sombras o de bailarinas gitanas con pañuelos de fucsia y oro que agitan pulseras titilantes, casi hipnotizantes bajo la luz de las bombillas que alumbran las calles como cien legiones de luciérnagas. Las casas son de ese estilo francés tan estético que da a lo que le rodea sensación de decorado de película, de vaga irrealidad. El viento alborotaba mi cabello rubio y algunos mechones sueltos me golpeaban ocasionalmente el rostro. Hacia un poco de frio así que Clément me pasaba el brazo por la espalda en un vago intento de reconfortarme mientras me arrastraba hacia los puestos de comida rápida o de artesanía. La primera vez que nos acercábamos al barrio bohemio y yo ya había caído bajo su hechizo. Una sonrisa se extendía por mi cara a cada paso que daba, la sensación de querer volar y reír al mismo tiempo me hace pensar en la locura. Nunca había visto a tanta gente de razas distintas llevarse tan bien. Nunca había gozado de escuchar un saxofón en plena calle o ver como un pintor ejecutaba pacientemente su trabajo. Es algo completamente diferente a todo cuanto conozco y estoy completamente fascinada.
Pero la magia no acaba ahí, en algún momento de la noche, Clément me tironeaba del brazo para acercarnos a algún puestecillo ambulante muy emocionado. Es normal si se considera que la idea de ir allí fue suya. Creo que sabía que allí podría encontrar algo de artesanía africana y por eso insistió tanto. Ese continente emboba  a Clément desde que su padre le llevó a un safari por Kenia cuando era un niño. Me suele contar que el rugido de los leones les despertaba por la noche y que su amanecer era el más bello del mundo.  El caso es que estábamos cerca de un puesto especializado en orfebrería argelina cuando de pronto un torrente de personas nos arrastró. Por lo visto, mientras nosotros íbamos de compras, en el Jardín Botánico había habido una exhibición de ritmos de tambores saharauis que había congregado a muchos curiosos. Su mano se soltó de la mía de forma inexplicable y ambos nos separamos, perdiéndonos entre la muchedumbre. Durante unos minutos vagué sola por el barrio, un poco desorientada ya que el que tenía los mapas era Clément. Pregunté a un par de amables punks si sabían dónde estaba la parada del bus en la cual nos habíamos bajado antes Clément y yo, y que habíamos marcado como punto de encuentro. Me lo indicaron bastante bien y me tranquilicé un poco, pero de todas formas caminaba deprisa intentando llegar lo más rápido posible para que mi amigo no se preocupara cuando de repente percibí el perfume.
Un aroma a coco y a vainilla pasó por mi lado, aturdiéndome por un instante. Era un perfume embriagador que me provocó un escalofrío de placer. Me gire rápidamente para atrás, buscando a la persona que llevaba esa colonia. No pensé, solo me deje guiar por el instinto. A lo lejos había una chica bajita que sujetaba un globo en forma de corazón y no sé como estoy tan segura de que es ella la que deja ese aroma, pero lo estoy. Es ella. Por un instante dudé sobre si ir corriendo tras ella, creo que estaba un poco aturdida. Además el incómodo pensamiento de que deseaba pasar todas mis noches presa de ese aroma irrumpió en mi mente en ese momento con la fuerza de un rio desbordado. Jamás había sentido o pensado algo como eso, así que estoy realmente confusa.  No quiero ser una de esas tías a las que les molan otras tías, no quiero que en la escuela se rían de mí o piensen que soy rara o pervertida. En realidad es todo culpa del perfume, estoy segura de que si Clément se lo pusiera iría corriendo a sus brazos. Aunque no sé que es peor, ser un bicho raro por ser una bollera como les dicen en el instituto o ser una fetichista de los olores.
 Para rematar la faena, cuando llegué a la parada del bus, Clément  ya estaba allí y casi me tira al suelo del abrazo que me dio al verme. Sí que se había preocupado por mí. Con su “radar para romas” notó enseguida que algo me pasaba y empezó a interrogarme, pero me cerré en banda a sus preguntas. Clément es un chico realmente dulce –excepto cuando me quita los nachos con queso, por ejemplo, y se entretiene en pegármelos a la cabeza como hace una semana- pero no me apetecía contarle lo que me había pasado. A lo mejor es sólo una tontería o que necesito un novio como dicen las de clase, así que de momento prefiero guardar el secreto en este cuaderno.  
Aunque él no paraba de decir que me encontraba rara, le convencí de que estaba bien y seguimos con nuestro paseo. Tardó unos minutos en creerme, pero lo cierto es que desde ese encuentro el resto de la noche estuve como ida. Entre la gente buscaba la silueta de la chica, esperando volverla a ver. Tardamos un buen rato en despedirnos del barrio bohemio y en todas las tiendecillas yo buscaba a la misteriosa desconocida, pero no había ni rastro de ella. Por un instante llegaba a pensar que todo había sido solo producto de mi imaginación cuando volvía a percibir ese perfume, sin embargo esta vez sin su dueña. Era un retazo sutil entre la gente o una sorpresa que me aguardaba al girar la esquina. Al final me rendí, aunque creo que atesoraré este recuerdo en el fondo de mi mente durante muchos años. Ese perfume, aunque suene a delirio, me llama, me incita y me hace dudar de todo en cuanto creía.

viernes, 13 de agosto de 2010

Memorias de una musa triste



Diario de Roma, 6 de agosto de 2008

“Para que algo sea perfecto, para que perdure en la consciencia como algo eterno, debes destrozarlo con ímpetu. Hacerlo perecer en medio de una gran ovación final. Así llegan los mitos, así se vuelven inmortales. La decadencia por sí sola no arrastra hacia la nostalgia”
Doy vueltas en mi cama sin cesar, pero no consigo dormirme. Me levanto de un salto, hastiada y enfadada conmigo misma. Miro el reloj y veo en rojo parpadeante que son las dos de la mañana. Ya no sé qué hacer. Han pasado cuatro días desde que Clément se fue a Estambul y seis desde que la vi. Seis días sin dormir. Cierro los ojos y veo su rostro. La piel canela brillando y los ojos, esos ojos por lo que yo habría matado, observándome con sorpresa. La oigo hablar incluso cuando todo está en silencio. Pongo el metal más ruidoso que puedo descargarme de internet para escuchar, derrotada, su voz sobreponiéndose al resto de los instrumentos. Los somníferos se me acabaron el tercer día, creo que fue el único momento en el que pude descansar un rato. Aún así no quiero bajar a la farmacia a por más, deseo seguir martirizándome, recordando la conversación imposible que mantuvimos.
Me vuelvo a tumbar en la cama, suspiro y me río con ganas. Soy joven otra vez. Vuelvo a tener diecinueve años, vuelvo a estar loca, vuelvo a volcarme en este diario que he tenido cerca de una década abandonado. Vuelvo a las viejas costumbres, buenas o malas, no importa qué porque me descubro una hora después escribiendo en esta libreta sucia, borracha como una cuba gracias a un vino caro que Clément tenía por ahí, aspirando el humo decadente del cigarro que salí ayer a comprar en un arranque de ansiedad. Hacía ocho años y tres meses que no probaba el seco sabor del tabaco, los mismos que llevaba junto a Clément. Decidí dejarlo todo y ser una persona nueva, pero el pasado me persigue, innegable, imborrable, diciéndome a cada paso que doy lo mal que lo hice, lo cobarde que fui y cómo nunca lo dejé dicho todo. Me siento y vuelvo a aspirar ese aire viciado que de un modo extraño me sabe bien. Me sabe a viejos tiempos, los buenos tiempos.
Estoy cansada y sé que no puedo seguir así más. Puede que sea el alcohol quien me lleva a tomar la decisión de volcarme en estas páginas. Pero me lo debo, nos lo debo a los tres. Me quedo parada, incapaz de moverme a causa del mareo y de la idea que en este momento se forja en mi cabeza. Me acurruco en el sillón, saco la estilográfica de un cajón del escritorio y abro esta libreta, una página nueva. Mi mano queda suspendida en el aire. No sé cómo empezar. Contemplo la página en blanco con terror y pienso durante un rato que escribir y que dejar fuera. Al final, lo mando todo a la mierda, lo incluiré todo, para bien o para mal. Tomo aire y comienzo a narrar la historia que sucedió en los últimos estertores del milenio.
Mi historia.
En cierto modo, escribo para olvidar y poder pasar página. Escribo para dejar de pensar en lo que podría haber hecho o dicho para retenerla más tiempo a mi lado. Escribo para dejar de imaginar las fantasías que aún hoy sueño despierta y recuerdo como algo más real que mi vida.
No sé si estas letras que mi alma vomita sobre el papel serán publicadas algún día o languidecerán en un cajón olvidado. En cualquier caso, estás en tu derecho de guardarlo, quemarlo, transmitirlo o gritarlo al mundo. Esta historia es tanto tuya como mía, aunque sea yo la protagonista.
 Estas páginas amarillentas contienen una historia de amor que es irreal por extraordinaria. Un amor eterno que aun arde y arderá por siempre bajo mi piel, aunque ame a otras personas y mi cuerpo envejezca o se pudra bajo el frío ataúd. Siempre perteneceré a la misma persona. Las memorias que ahora escribo son a la vez una advertencia y un recordatorio. Aviso para los que aún no aman con locura y son cínicos al respecto de que amarán aunque se crean inmunes a ello, sufrirán aunque no lo deseen y atesorarán esa tortura como el más preciado recuerdo para el resto de sus días. Dejo este manuscrito también para los otros, los que como yo se han equivocado, los que estuvimos una vez parados ante el gran amor de nuestras vidas y no supimos reconocerlo a tiempo.
Estas son las memorias de una musa triste.

El pasado en un museo


Diario de Roma, 30 de julio de 2008

“La mente jamás perdona, la razón, con piadosa mentira, tuerce el camino de la verdad en ruinas”
La luz clara de la mañana se cuela por los resquicios de las cortinas dándole a la habitación un aspecto diáfano. Abro los ojos lentamente. A pesar de que ha sido la luz natural lo que me ha despertado sigo teniendo sueño. Me levanto de forma suave y procuro no hacer ruido para no despertar a Clément, que continúa durmiendo a mi lado.  Del pequeño sillón beis de nuestro dormitorio cojo una bata de seda con la que cubrir mi cuerpo desnudo. El tacto de la seda sobre mi piel me provoca un pequeño escalofrío y me recuerda a los que sentí anoche cuando Clément me estrechó entre sus brazos. Me giro sin poder evitarlo para mirarlo otro momento más, para admirarlo otro momento más. Ocupa más de la mitad de la inmensa cama de matrimonio y su cuerpo esbelto se enreda a las sabanas blancas haciendo imposible saber donde empiezan sus formas. Un rayo de sol ilumina su bello rostro y hace brillar su cabello rubio ceniza. Con una sonrisa en los labios atravieso la puerta del dormitorio y me dirijo al baño sin dejar de pensar ni un momento en ese maravilloso hombre que duerme en la habitación de al lado.
 El agua fría de la ducha cae como un manto y termina de despertarme. De repente, toda mi paz interior se va a la mierda cuando salgo y caigo en la cuenta de que día es hoy. Treinta de julio. El espejo del baño me devuelve mi gesto de sorpresa y dolor. Diez años ya, que rápido pasa el tiempo. En el reflejo del cristal me contemplo durante unos segundos eternos, comparando mi rostro con el de hace una década, buscando las diferencias. Sigo exactamente igual y a la misma vez he cambiado mucho. Tengo los mismos ojos verdes, pero carecen de brillo. Tengo los mismos labios carnosos y la misma dentadura, sin embargo dos pequeñas líneas, cada día más profundas, los enmarcan. Me hago mayor.

Desde el dormitorio oigo los ruidos de Clément desperezándose. Con rapidez enjuago mis ojos y busco el colirio que hará desaparecer las rojeces. Los diez años pesan como diez cruces y son cosas que nunca se olvidan del todo. Afuera ya esta Clément esperándome. Su mano larga y fina me lleva con él a la amplia cocina de nuestro ático. En ella nos está esperando Panter, el vago y peludo persa que nos regalaron los padres de Clément tras nuestra boda.

-¿Qué quieres para desayunar, madeimoselle?- me pregunta sonriendo. Bajo la camisa de lino vieja que se ha puesto a modo de bata asoman unos calzoncillos largos con ovnis. La ternura me invade y por un momento creo que voy a ponerme a llorar.
 -Macedonia de fruta y un zumo de naranja –respondo abrazándole por detrás a la misma vez que él parte la fruta- No sé por qué dudas, desayuno lo mismo  cada día desde que cumplí veinte años.
- Por que algún día puede que me des una sorpresa…como la que yo te voy a dar a ti- Clément se saca de alguna parte del cajón de los cubiertos un sobre blanco sin nada escrito. Me pregunto que será. Seguramente debió de haber preparado esto anoche, tras la cena. Nuestra aséptica cocina metalizada es su dominio absoluto, él adora hacer cualquier tipo de comida así que andaba sobre seguro ocultándolo aquí. Abro el sobre con cuidado ante la atenta mirada de mi marido. Sus ojos azules me miran sonrientes, con ese brillo travieso que tanto me gusta. Son dos entradas para la inauguración de una exposición de arte moderno en el museo de la ciudad. Me rio encantada con la sorpresa, siempre tan detallista, tan dispuesto a complacer mis caprichos. Sabe que me encanta el arte desde que la conocí, ella me aficionó a Picasso, a Klimt, a la escuela del Blau Reiter y a todas esas cosas bellas que le dan sal a la vida. 
- Creo que te gustará. Vienen artistas nacionales o que estudiaron en la escuela de artes de la ciudad a exponer sus obras. Algunos son realmente famosos y otros son novatos que, según dicen los entendidos del tema, tienen mucho potencial. Puede estar curioso y como la empresa me ha organizado un viaje de negocios a Estambul que me tendrá fuera toda la semana me parece una buena forma de compensarte.
- Clément, cielo, muchas gracias… Sabes que desde que me perdí aquella exposición relámpago de prerrafaelistas estaba deseando asistir a una. De verdad, gracias… -le susurro al oído todavía emocionada. Tengo al mejor hombre sobre la faz de la tierra a mi lado. Cada día doy gracias por ello.
El ligero vestido blanco de coctel que llevo resulta ser de lo más apropiado para lidiar con la pijería reinante. Temía ir demasiado elegante ya que por mucha inauguración que fuese, no es muy normal aparecer en el museo con un diseño de Chanel y tacones rojos de doce centímetros. Sin embargo, al alcalde y al concejal de cultura de turno les ha dado por pasarse y esto se ha convertido en una reunión de la alta sociedad. Camareros con pajarita ofrecen canapés a los invitados mientras que ellos se dedican a hablar con los artistas.  Solo los auténticos interesados en el arte pululan de aquí para allá observando las paredes con mirada crítica.

Yo estoy ante una obra de un tal Lionel Halton, reconocidísimo artista a nivel mundial muy influenciado por Pollock. Su cuadro es un cúmulo de espirales y rayas negras que supuestamente simbolizan el aura de su autor. No me gusta. Por mucho que digan que lo abstracto y el vanguardismo son el futuro me sigue atrayendo más el reconocer qué se ha plasmado en el lienzo. Será que no soy una experta.
Estoy en la sala principal de la galería, allí donde se ha colgado el trabajo de los artistas más famosos y se encuentra el barullo general. Intento encontrar a mi marido entre los asistentes para que me acompañe a la segunda sala de la galería de arte moderno. Según el folleto en ésa es donde se encuentran los trabajos de la nueva generación de artistas. Distingo a Clément a lo lejos, con una copa de champagne en una mano y conversando con un viejo conocido suyo, así que opto por no molestarle. A él el arte siempre le ha dejado un poco frío por lo que no voy a llevarlo conmigo ahora que ha encontrado con quien entretenerse. La segunda sala es grande, no tanto como la primera, pero es amplia. Las paredes son de un ligero color crema para no opacar el deslumbrante cromatismo de los cuadros. Desde luego son buenos, muy buenos. La crítica del folleto tenía razón, me gustan más que los otros. No obstante y por más que me recorro la estancia con la mirada no logro ver la perla de esta serie de óleos, un lienzo titulado “La musa triste” realizado por un tal N. A. Por fin, tras recorrer todo el perímetro de la sala, veo un pequeño pasillo situado en una de las esquinas de la misma. 
  Lo primero que sale de mi boca al ver el cuadro de Musa es un suspiro de impresión. Sus proporciones son descomunales, ocupa casi los dos metros de pared a lo largo y cerca de un metro cincuenta de alto, y su colorido es simplemente impactante. Ha sido todo un acierto colocarlo lejos de todos los demás. En él se representa a una mujer recostada sensualmente en una cama cuyas sabanas rojas ocultan de forma estratégica detalles de desnudez. Tras la modelo se abre una ventana que muestra una vista aérea de la ciudad muy detallada, casi se puede percibir el movimiento contenido de cada peatón que circula por las aceras. Pero sin duda lo mejor es la aplicación del color. El artista lo ha pintado todo con una escala de grises, dejando el color reservado a la sabana roja y a la propia musa, creando una sensación inmediata de pasión hacia ella. La ciudad gris es la vida cotidiana, la rutina de la que nadie escapa. La musa no es más que un símbolo del amor y de cómo este inunda de luz las vidas. Una metáfora perfecta pero desconcertante ya que el objeto de este amor se muestra distante con el espectador. Una musa inalcanzable.

Estoy fascinada.  La suave piel rosada de la modelo puede sentirse latir. Su cabello rubio y despeinado se despliega a su alrededor, ocultando ligeramente su rostro perfecto y creando un efecto de aureola angelical. Sin embargo ella no te mira.  Sus ojos verdes están perdidos en el vacío. Expresan en una veloz mirada una soledad y tristeza infinitas. La soledad que se experimenta al no sentirse amada. Los ojos, su tristeza, empiezo a sentirme cada vez más identificada….
“La musa triste”
Lo contemplo durante unos minutos más. Lo representado me emociona y hace aflorar los recuerdos. Durante unos segundos siento como mi cerebro intenta decirme algo, devolverme algo que tenía guardado pero que al final se desvanece. Estoy a punto de girarme para volver junto a Clément cuando oigo una voz suave a mi lado. Una voz aterciopelada que me hace regresar al pasado, a los días finales del año 1998. Una voz que me transporta a las noches de pasión desenfrenada bajo las sábanas rojas y a los “te quiero” susurrados en los tejados de la ciudad.
-Roma…
Me giro y la veo. La presión me ahoga y por un instante quiero gritar, salir corriendo y dejarlo todo atrás. Volar hacia la nada y desvanecerme en una fantasía. Ella me está mirando.