sábado, 25 de junio de 2011

Amanecer en paradero desconocido

Diario de Roma 16 de junio de 1998


“El destino aparece cuando dejas de buscarlo”

No sé muy bien cómo empezar este día, cómo expresar de forma concisa esta sensación extraña de que hoy el Universo es distinto a como es siempre y sólo yo me he dado cuenta. La gente camina como siempre, los pájaros vuelan en el mismo rumbo que ayer y los coches expelen el mismo humo desagradable, pero aunque en la misma forma, es todo ajeno, extraterrestre. Es como si la melodía que subyace en todas las cosas del mundo hubiese sido alterada a un ritmo dos tiempos más rápido o sus instrumentos sonaran más agudos y alegres.  O quizá es mi propio compás el que ha cambiado, no lo sé, no me importa.

Hoy me desprendí del abrazo de Hypnos de una forma perezosa porque en mis sueños olía a vainilla y mi mente se sentía dichosa embriagada en ese aroma. Suave y sutil, se adueñaba de mi mente, era una telaraña que me impedía recordar exactamente de qué conocía yo ese perfume. Lo más gracioso es que aún no sé cuándo ni dónde ubicarlo, porque siento que ha estado ahí desde que tengo conciencia sin nunca notarlo. Por estas razones, tardé un rato en darme cuenta de que no provenía de mis sueños, sino de mí alrededor, aunque esperé un poco antes de abrir los ojos ya que pese a mi curiosidad la molesta sensación de que la cama estaba en una tormenta en alta mar era demasiado fuerte como para ignorarla. Luché entonces durante otros minutos más contra lo que el sentido común que me dictaba y abrí los ojos para sentir todo el peso de la borrachera de anoche aplastándome. A mí alrededor, la cama y la habitación se balanceaban como una barquilla de madera en mitad de un tsunami y me costó otros segundos más reconocer que no era el cuarto lo que se movía, sino mi cabeza.

Creo que lo más gracioso es que después de maldecir para mis adentros al alcohol, al vicio y a las mañanas de horrible resaca, me acordé de mi misma jurando a Clément unas pocas semanas atrás que nunca jamás volvería a beber así. Fue en un despertar similar, pero esa vez su cabello ceniza me rozaba los pómulos y su media sonrisa me advertía de que jamás cumpliría esa promesa. Odio darle la razón de esta forma, máxime cuando me di cuenta entonces de que esa habitación me era totalmente desconocida, de que me había despertado en dios sabe qué clase de sitio y que de repente yo podía correr muchísimo peligro. Me acordé entonces de aquella vez, cuando yo tenía diez años y el pecho se me encogió hasta el borde de la asfixia. Intenté respirar hondo, calmarme y empecé a enumerar en voz baja los consejos que Giuseppe me había obligado a memorizar desde que entró a trabajar con nosotras.
Estaba en ropa interior metida en una cama desconocida y lo único mío en aquel ambiente eran unos tacones tirados al lado de la cama. Empecé a hilvanar las imágenes, a ratos borrosas, del día anterior mientras hacía mi mejor esfuerzo para evitar la histeria.


Recordé entonces cómo le pedí a Giuseppe que por favor no me acompañara a la tetería donde había quedado con Nohi, la misteriosa anunciante, por ser ayer su día libre y lo mucho que me arrepentí de ello cuando me encontré asfixiada por el calor de la tarde, con la espalda sudada y el pelo revuelto ante una puerta cochambrosa, descascarillada por abajo y con el picaporte marrón moteado de dorado, expresando en toda su plenitud el dicho de cualquier tiempo pasado fue mejor. La tetería donde habíamos quedado era una de las “auténticas”, de las que se sitúan en los callejones que rodean la torre del cerro y las antiguas murallas de la ciudad. Esa zona conserva aún el trazado medieval de las calles, por lo que los recovecos, los giros inesperados y un espacio ínfimo entre casa y casa es lo acostumbrado. La pared estaba llena de desconchones y el color naranja que aún sobrevivía estaba manchado por grafitis. Me arrepentí profundamente de que Giuseppe no estuviera conmigo y me sentí muy sola ante aquel enorme y vetusto portón de madera. Por las rendijas de las altas ventanas se escapaban hilos de humo blanquecino. Suspiré y tiré de la puerta con energía, golpeándome una ráfaga de brisa mezclada con la humedad del interior que  me provocó un escalofrío. Además tenía esa sensación tan rara que te comprime el aliento al final de la garganta, una mezcla de expectación y nerviosismo inexplicable que erizaba cada uno de mis sentidos.

El interior me sorprendió bastante. El suelo era de cerámica, las paredes estaban pintadas de colores claros y había dos falsos arcos de escayola a la derecha que imitaban al antiguo estilo islámico. Justo enfrente de la puerta había unas escaleras desvencijadas, de esas que notas perfectamente por dónde tienes que subir porque el centro del escalón está más desgastado que el resto. En un hueco a la izquierda había un mostrador enano con un chico con rastas y plumas en el pelo detrás de él. Estaba preparando un batido de algo violeta con nata y creo que no levantó la mirada de la copa más de tres segundos antes de espetarme: -Tú eres a la que está esperando Nohi ¿no? Está en el altillo, no tendrás problemas, arriba esta todo vacío.

Podía ser esa la señal de que todo fue, como la otra vez, una trampa, pero lo dudaba. Forzando un poco más a mis etílicas neuronas caí en la cuenta del por qué tan rauda deducción. Chales de colores, minifaldas escocesas, melenas greñudas y pañuelos. Pantalones pitillo rotos y chavales imitando a Kurt Cobain. Y yo con mi recogido a lo Rachel Green, mis mechas claras y mi vestido blanco de tubo con un suéter por los hombros. Ahí estaba la nota discordante del conjunto, que paradójicamente fui yo misma. Entonces subí las escaleras. Estaba nerviosa y me sentía un poco mal, como si me acercara a un examen para el que no había estudiado, porque yo había ido pensando en Ralph Lauren y estaba claro que allí lo que se estilaba era a Vivienne Westwood.

De pronto quedé deslumbrada y el miedo se escondió en el mismo lugar en el que lo hizo mi aliento.

Encontré a una mujer espléndida, recostada entre el humo que ascendía de los narguiles encendidos. Con la piel color a miel y la melena negra cayendo como velo por sus hombros y enredándose entre su cintura, los cojines descoloridos, como lo haría el cabello de cualquier ninfa de Mucha. Las mejillas altivas, propias de cualquier reina egipcia y los ojos profundos, almendrados y orientales, oscuros como su pelo, negros como debe ser la noche más cerrada. Su chal verde le envolvía la espalda con suavidad y la ventana abierta tras ella dejaba que se colase en la estancia toda la luz vibrante de esa tarde de cuasi extinta primavera. A mi alrededor podía ver el polvo dorado flotando y un halo áureo en torno a su rostro. Juro que tuve que cerrar los ojos para no cegarme, ya no tanto por la luz, como por su belleza.

Sinceramente, no sé qué me pasó, pero lo cierto es que aún ahora, al final de este largo día recorrido escribo esto tirada de cualquier forma en el suelo de mi habitación, levantándome cada tres palabras, intentando plasmar este día mágico de la mejor forma posible. Las metáforas, los recursos, me nublan el juicio y mi espíritu de escritora romántica, barroca, lírica, se adueña de mi idea de llevar este diario como un algo lineal, una terapia para desfogar los malos recuerdos y consagrar los que merecen la pena ser revividos por el pensamiento. Creo que soy a veces demasiado dramática, pero en la rutina opresora de cada nada cotidiana, siento que ella ha destapado la caja de Pandora. Pese a que los acontecimientos estén ahí, me cuesta tomarlos como reales, pues veo a  Nohi con la misma secreta fascinación que un hombre a una fantástica criatura mitológica.

Me tendió la mano y me hizo un gesto para que me acercara mientras me miraba fijamente, muy seria y fumando sin parar. Me senté a su lado de forma solemne, procurando no mirarla, porque si lo hacía el corazón saldría al fin disparado entre mis labios. Tragué saliva, despedí a mi insoportable timidez, recuperé mi aliento, eché la cabeza ligeramente para atrás, cerré los ojos y junté todo mi valor para hablarle a aquella artista. Sólo pensé en lo mucho que necesitaba aquel estúpido trabajo. Giré mi cabeza y la miré, pero para mi sorpresa empezó a reírse y yo sonreí también al ver algo tan bello, imaginando un montón de pájaros alzando el vuelo, y me tranquilicé como si estuviera al lado de un conocido que llevara mucho tiempo sin ver.

Intentaré ahora reproducir en estas páginas la conversación que mantuvimos ante el narguile, aunque duró mucho tiempo y a veces mis ojos viajaban a los suyos provocando que  mi conciencia se evaporara.

-  Te he encontrado, mi Musa- creo que dijo riéndose entre dientes- Yo soy Nohi Asahi, encantada.

- Yo soy Roma- le contesté tendiéndole la mano- ¿Entonces estoy contratada?

- ¡Sí desde luego! Le dije al vago de Chad que me reservara esto para mí hoy, tenía pensado hacerte alguna prueba de modelaje, ya sabes. Pensé que posaras un poco, que te mantuvieras en una posición determinado tiempo y demás. Naderías que me alegro que no hagan falta.

- ¿Por qué no iban a hacer falta? Creo que sería mejor que me lo hicieras ahora, no vaya a ser que te arrepientas – respondí extrañada. Es cierto que estaba contenta de que se decidiera por mí tan rápido, pero quería asegurarme de trabajar bien, no quería engañar a nadie.

- Bueno, obviamente eres una profesional…

- No

-¿No?

Desde ese momento empezamos a charlar acerca de mi nula experiencia, le expliqué mi situación personal para pedirle aquel empleo –evitando en todo momento referencias al testamento, mi padre, Giuseppe y Clément, o sea mintiéndole-  y como no tendría que pagar nada, sólo hacerme un contrato que presentar al abogado. Conforme iba hablando sus ojos se iban abriendo cada vez más hasta que soltando el humo de golpe como un dragón oriental afirmó su decisión de contratarme y su buena suerte al haber hallado a la mejor modelo posible con el plus de lo gratuito. Pasamos un rato más hablando de horarios, condiciones y otra serie de minucias mucho menos importantes que, por ejemplo, inhalar su aroma a vainilla.

Volví entonces a mirar a mí alrededor, buscando cualquier posible pista, pues a partir del momento en el que accedí a acompañarla a su trabajo nocturno como camarera, todo comenzó a nublarse. Estaba en una habitación cuadrada, y en una esquina había una puerta roja. Sin fuerzas por culpa del mareo, me limité a mirar a mí alrededor buscando alguna pista de qué hacía yo allí.  Descubrí que lo que había tomado por una cama era en realidad un colchón cubierto con un edredón nórdico de colorines. A mi derecha había una mesita de noche fabricada con una tabla de madera sobre un montón de revistas viejas colocadas en un precario equilibrio. La miré por encima, buscando un reloj que me dijera qué hora era, pero lo único que había era una lamparilla de papel y un par de cartones vacíos de Lucky Strike.

Lo inofensivo de la habitación, lejos de calmar mis temores, los acrecentó, desviándolos en otra dirección ¿Y si en mi imprudencia de anoche cometí el error de irme a la cama con cualquiera? Las consecuencias de esta decisión se agolparon en mi mente con fuerza y sentí que el blando colchón me absorbía hasta sus entrañas de poliéster, desde los peores escenarios posibles a los reproches morales de haberme ido por primera vez con un desconocido. Sin embargo, caí en la cuenta de que entonces no tendría mucho sentido que yo conservase mi ropa interior intacta. Respiré hondo y observé los posters que colgaban de las paredes violetas. No recordaba haber hablado con ningún fanático del rock, del grunge o de lo experimental, y mucho menos conocer a nadie así, por lo que los posters de Nirvana, Led Zeppelin o David Bowie me desconcertaron. Aunque claro, además de entrar con Nohi a aquel antro llamado pretenciosamente Paradise Lounge Bar, aceptar un mojito como pago por haberla acompañado y observar desde una esquina la fauna reinante en forma de veteranos universitarios de un club cualquiera peleándose por estallar su hígado cuanto antes mejor, poco más recordaba. También había fotografías muy artísticas que tampoco me dijeron gran cosa. La mayoría eran de una chica morena de ojos verdes, y de un chico africano con rastas extremadamente guapo. Nada más.


Decidí entonces salir por fin del blando refugio que era la cama y me dirigí hacia la puerta roja, situada al lado de un armario bastante antiguo y una estantería ecléctica, hecha a base de tubos de hierro y tablones de madera, cargada hasta los topes de libros y vinilos. Agarré con fuerza el picaporte de latón y pasé a un pequeño salón, apenas más amplio que la habitación donde me encontraba. Estaba vacía. Su forma era ligeramente parecida a la del otro cuarto, solo que sus paredes eran naranjas, y junto al sofá azul de la esquina había una colección de lienzos y caballetes en distintos estados de creación. Un montón de guitarras colgaban de las paredes y apenas dejaban hueco para la enorme ventana. Haciendo un último intento me asome por ella, daba a una calle estrecha de edificios de ladrillo y estuco amarillo. Ni personas, ni señales, ni nada. Me giré entonces otra vez hacia la habitación observándola más detenidamente. Había una pequeña cocina en una esquina, separada del resto del cuarto por una encimera ridícula. A su lado, dos puertas, una verde entornada que dejaba entrever una ducha y otra, la de salida, que en cuanto me acerqué me di cuenta de que estaba cerrada con llave.

Los instrumentos artísticos, las fotografías, el inconfundible aroma, todo. Respiré hondo y empecé a reírme al darme cuenta de que probablemente no me hallaba en casa de ningún secuestrador o veterano híper hormonado, sino en lo que debía ser el pequeño apartamento-estudio que Nohi me comentó que poseía. Me relajé por completo y olvidé la posibilidad de algún vergonzoso desliz. Después de todo yo no soy lesbiana, así que en cuanto me despejé más de mi resacoso despertar recordé el pelo, los ojos de Nohi invitándome, en ayunas como estaba, a un último chupito antes de regresar a mi casa. Pensé que quizá debió afectarme más de la cuenta y por eso me habría traído a ese lugar, tenía que agradecérselo, aunque aún no terminaba de entender las razones por las cuales me hallaba casi desnuda.

Oí entonces un pequeño crujido que provenía del dormitorio. En tres zancadas me situé junto a la pequeña ventana del cuarto y con celeridad corrí las ajadas cortinas de leopardo que me impedían ver. Abajo había un callejón repleto de cubos de basura, pero enfrente había una sucia pared de ladrillos con una ventana que poco a poco empezaba a abrirse.

Abrí la ventana rápidamente con la intención de pedirle indicaciones a algún caritativo vecino, no sabía dónde estaba, ni cuándo llegaría Nohi, así que tenía que llamar a Giuseppe antes de que le diera un ataque al corazón. Mi madre se acuesta siempre  muy temprano, por lo que hace muchos años que no me espera despierta, delegando esas tareas en mi querido italiano que ahora debía de estar fustigándose ante mi repentina desaparición. La posibilidad de que despidieran a Giuseppe por mi culpa se tornó muy real y mi preocupación volvió a alcanzar cotas máximas. Me daba igual el castigo, pero no quería que regañasen a mi amore por mi culpa y sólo con ese estado de angustia repentina se explica que yo hiciera lo que hice.

- Perdone… ¿Sabe dónde estoy y quien vive aquí?- pregunte tímidamente con mi mejor voz de niña adorable a una vieja china de moño gris que en cuanto me vio perdió todo el color de su cara

- ¡Marrana! ¡Invertida! –gritó con un cerrado acento antes de empezar a tirarme pinzas de la ropa a la cabeza como una posesa. El moño se le cayó hacia atrás del esfuerzo, pero ella pareció no darse cuenta, inmersa en la tarea de bombardearme- Vergüenza… ¡intentando acercarse a una mujer honorable como yo! ¡No quiero tratos con golfas! ¡Golfa!- seguía gritando la china. Lo peor es que la muy hija de su madre tenía una puntería envidiable, por lo que tuve que esconderme detrás de las cortinas para usarlas como escudo.

- ¿Qué? ¿Pero qué...? ¡Señora, pare! ¡Ayúdeme! –grité a mi vez mientras sentía como al cabreo de no saber dónde estaba se le sumaba el del injustificado ataque. Así que empecé a coger las pinzas que ella me tiraba y a devolvérselas con rabia. Le acerté una en toda la frente, y eso la cabreó aún más por lo que pronto empezó a librarse una batalla de pinzas encarnizada. Nuestros gritos debieron de alertar a los vecinos porque algunas de las ventanas de ambos edificios empezaron a abrirse para contemplar el espectáculo con total incredulidad.

- ¿Pero qué demonios es esto? ¡Basta! ¡Parad o llamaré al casero!- La amenaza del casero debió de afectar a la vieja porque cerró la ventana de un golpe, no sin antes llamarme “Guarra antinatural” una vez más. Una figura pequeña pasó veloz a mi lado y cerró la ventana de otro golpe mientras despotricaba contra la vieja china y amenazaba con llamar a Inmigración. Nohi me miraba entre furiosa y divertida cuando me preguntó --¿Se puede saber que estaba pasando entre ti y la señora Chung hace un momento? Voy a pensar que no haces más que meterte en líos.

- Esa vieja samurái me atacó sin motivo –repliqué a la defensiva, todavía un poco consternada- Me asomé por la ventana para ver donde estaba y ella salió a la misma vez que yo. Solo le pregunté en que barrio está esta casa…

A cada palabra que iba diciendo su expresión de enfado iba diluyéndose en la peor mueca para disimular la risa que he visto jamás. Se tapaba la boca con las dos manos, y su mirada incrédula me examinaba de arriba abajo con detenimiento - ¿Qué le preguntaste que donde estabas? ¿Así? ¿Tú estás loca o qué? Normal que se asustara, te tomaría por una pervertida o algo peor- decía mientras me miraba.

- ¿Pero que tengo de malo? ¿Y cómo que…- el “así” no termino nunca de salir de mi boca. Con un gesto de terror me llevé las manos al rostro antes de correr frenéticamente hacia la cama para meterme bajo las sabanas y esconderme hasta que la tierra decidiese tragarme. Las carcajadas de Nohi inundaron la habitación y yo sentía toda la sangre de mi cuerpo concentrada en mis orejas, rojas de la vergüenza. Había olvidado un pequeño detalle a la hora de preguntarle a la señora Chung la situación de la casa…

…y es que estaba completamente desnuda.

El tacto de la ligera camisa que Nohi me prestó, resultaba algo áspero, aunque agradable. Tras su ataque de risa se apiadó de mí y me había dejado algo para ponerme tras una fugaz explicación acerca de que mi ropa estaba en tal mal estado tras la juerga de anoche que había tenido que llevarla a una tintorería. Por lo visto en algún punto de la noche un Bloddy Mary se había cebado con mi vestido blanco.

-Llegaste al apartamento y dijiste que odiabas dormir con ropa, por lo que te negaste a ponerte nada. Te quedaste en ropa interior, te acercaste al bolso, sacaste el monedero y una libretita negra y me dijiste muy seria “Jefa, odio causarte problemas, pero estoy en un trance lamentable y no puedo volver así a mi casa a menos que quiera que me maten por mi pésimo comportamiento. Llama a este número y avisa a mi chófer de que no vaya a recogerme mañana por la mañana porque me voy a quedar a dormir aquí. Dile la dirección y avísale de que ya le llamaré yo mañana para que venga a recogerme. Buenas noches” entonces te tumbaste en la cama, me diste un billete de cien, me mandaste a que fuera al tinte a lavar tu vestido de forma urgente y te pusiste a dormir- me aseguró mientras se reía- La verdad es que pensé que borracha eras francamente divertida , pero sobria y después de ver lo de la señora Chung, también.

El café llenó mis sentidos durante unos breves segundos en los que yo pude al fin respirar, calmarme, en definitiva, dejar de ser un pelele dedicado a admirar cada pequeño gesto de Nohi, cada palabra suave pronunciada con un indescriptible acento, ligeramente seseante, cada pestañeo de esos ojos oscuros que me llevaban a pensar en noche tropicales sin luna. Quise, tras oír su explicación, salir corriendo a esconderme de nuevo bajo las sábanas, pero la sensación de no estar haciendo el absoluto ridículo a sus ojos, como clamaba mi mente, sino sólo jugando con el surrealismo, se adueñaba de mi corazón. Al primer sorbo del amargo brebaje, mis neuronas empezaron a salir de su letargo ayudadas por el buen chute de cafeína que tan amablemente me había servido Nohi, y poco a poco empezaron a aparecer otras imágenes de la noche en mi mente como un flashback.

La oscuridad del local era lo peor de todo. O quizás lo mejor, según el punto de vista. En la enorme pista de baile de la discoteca se agolpaban decenas de personas restregándose al ritmo de “Believe” de Cher. Focos de luz iluminaban secciones de la pista mostrando una orgia de música, alcohol y ganas de pásaselo bien. Desde la pequeña esquina de la barra en la que me encontraba se distinguían algunos de los palcos del local, en ellos se veían de vez en cuando siluetas entregadas de pleno a los mejores vicios. La música superaba con creces los decibelios aceptados y el humo del tabaco reptaba entre los invitados contagiándonos con su olor. Aun así, mi cerebro captaba de forma constante ese timbre dulce a vainilla característico. Recuerdo que me quedé absorta en la contemplación de un Adonis cercano y que giré la cabeza muy rápido, justo a tiempo de evitar que uno de los potentes focos de luz blanca me deslumbrara por completo. El foco se posó sobre su rostro solo un segundo. Un segundo que fue más que suficiente para dejarme sin respiración.

 – Nohi, ponme una copa de lo mejor que sepas mezclar- Ella hizo el gesto de no oírme y yo me incliné para susurrárselo al oído. El corazón me empezó a latir tan fuerte que tuve miedo de que su sonido acallara todos los demás ruidos del local. Ella levanto el pulgar y se puso a preparar algo que al probarlo me supo a gloria. A gloria y a tequila, claro. Pedí otro y después otro más. Al final de la noche todo era doble y el equilibrio pura ciencia ficción. El local se estaba quedando vacío y mis ojos se cerraban solos. Solo sentí que alguien me llevaba en brazos hacia algún lugar. Alguien que olía a vainilla y coco, así que sólo me dejé llevar.

Tras uno segundos en silencio, repasando toda la serie de acontecimientos, llegué a la conclusión de Nohi que ya era un poco tarde y yo no había dado señales de vida desde ayer, así que iba siendo el momento de aparecer por casa. Ella se ofreció a prestarme un poco de ropa, diciéndome que ya se la devolvería cuando me llamara para trabajar, y como soy una idiota me puse roja y asentí con la cabeza sin terminar de creerme que después de todo hubiera conseguido el trabajo. Al final, quedamos en vernos en el parque central de la ciudad, bajo la estatua del fundador, dentro de tres días a las cinco de la tarde.

Me vestí entonces rápidamente con una ligera camiseta roja y unos shorts vaqueros. Nohi es mucho más baja que yo y llevar aquella mini prenda de ropa era el único modo de que los pantalones no me quedaran rabicortos.

-Eres enana –le dije mirándola de reojo

-Eh, yo todavía no he dicho nada de que tengas chófer, niña rica- contestó mientras me tendía el teléfono.

 Llamé a Giuseppe y le pedí que me recogiera. El estudio de Nohi, en el barrio bohemio, queda en la otra punta de la ciudad. Incapaz de indicarle de un modo coherente la situación del piso, quedé en verme con él en el Jardín Botánico, único punto de referencia conocido. Insistió Nohi entonces en indicarme cómo llegar y acompañarme hasta el portal. Nos pusimos lo zapatos y salimos a un rellano humilde, muy limpio y cuyas escaleras datarían de la época de Carlos V como mínimo. Empezamos a bajar una detrás de otra, teniendo cuidado de no resbalar por las empinadas escaleras. Al llegar al rellano, Nohi que iba delante de mí, se giró un poco, casi nada, pero en sus ojos me pareció ver una tristeza insondable. Fue solo un segundo, así que nunca estaré realmente segura de si lo que vi era cierto porque al segundo Nohi me sonreía de esa forma cálida y traviesa que hace que me tiemblen las rodillas.

El portal era un espacio pequeño de paredes color ocre y buzones verdes. Con leve sensación de deja vú, contemplé ese lugar con calma y aparecieron los últimos coletazos de anoche. Nohi y el perfume a vainilla que la acompaña, ella estaba de espaldas y se movía inquieta, apoyando el peso en una pierna a otra de manera intermitente.

Discutía en otro idioma con alguien situado detrás de una pequeña garita. Recuerdo que deduje, -mientras enfocaba todos mis esfuerzos a tenerme más o menos en pie- que era el conserje del edificio, ya que así se explicaba que las paredes de un lugar tan poco seguro como aquel se mantuvieran sin graffitis. Tras un rato en el que me dediqué a curiosear los nombres de los buzones (extranjeros en su mayoría) Nohi logró hacer entrar en razón a la morsa con mostacho. Creo que la causa de la pelea era yo porque el hombre me miró varias veces por encima del hombro de ella. Al fin, se giró y me agarró del brazo para llevarme hacia arriba a través de unas escaleras gastadas. Abajo, se oía el sonido de una corrida mexicana que estaban poniendo en la radio del conserje.

- Me ha costado, pero al menos podrás pasar la noche aquí sin que se tenga que enterar la casera. Esa bruja cobra de más cada noche con invitado extra- dijo con abatimiento mientras me ayudaba a subir sin tropezar. Su cuerpo estaba muy pegado al mío y sus brazos calientes por el esfuerzo de levantarme. Cerré los ojos y murmuré una excusa, dejándome ir tranquilamente sin llegar a dormirme del todo, mientras mi paciente jefa nos apoyaba en la pared de un rellano de la escalera para descansar. El aire se volvió cálido cuando nos tapó a ambas con su ligero abrigo de entretiempo. Durante unos segundos me deleité aspirando su olor, escuchando el ritmo de su respiración, hasta que un susurro sutil escapó de sus exquisitos labios.

No sabes cuánto he soñado con este momento, las noches que pasé en blanco pidiendo por ti, imaginándote. Eres perfecta mi pálida musa porque sólo tú alientas al arte para que se consagre en belleza. Nuestras vidas se entrecruzan pese al pasado imborrable y temo que todo acabe en tragedia.

Ahora, todo seguía más o menos igual. El conserje continuaba encajado como podía dentro de su diminuta garita, pero esta vez estaba escuchando un bolero y al salir a la calle se despidió de nosotras con un leve asentimiento. Nohi me agarró entonces del brazo y comenzó a explicarme como llegar hasta las puertas del Jardín Botánico, pero yo no la escuchaba. Estaba absorta contemplando su forma ligera de andar, su sonrisa de dientes fuertes y blancos, pensando una y otra vez acerca de esas crípticas palabras que aún ahora no termino de encajar del todo, sin saber si fueron alguna clase de delirio onírico, etílico o poética realidad. Aunque no comprendo a que se refería exactamente, si me conoce de algún otro momento que yo he olvidado, cosa que dudo, o si por el contrario estaba jugando a ser una profeta mística.

Me despedí de Nohi a regañadientes, sabiendo que Giuseppe no podía verla o sus preguntas me atosigarían durante décadas. El muy maruja sabe que resortes pulsarme e interrogarme en aquel estado de resaca y nerviosismo podría haber sido una catástrofe. De todas formas, el desastre ya se mascaba en el ambiente, ya que aunque siempre se ha preocupado por mí y por mi incómoda tendencia a volver demasiado tarde y borracha de las fiestas, me suele guardar las espaldas delante de mi madre para luego echarme la bronca con tranquilidad después. Sin embargo, ya soy demasiado mayor como para que me prohíban salir o volver antes de la hora, así que el muy cabrón ha adoptado la sutil técnica de comportarse de una forma desquiciante cuando está molesto conmigo.

Estuve pues esperando un rato, apenas diez minutos, delante de las puertas del precioso Jardín Botánico y en ese tiempo estuve contemplando extasiada el lugar que me rodeaba. Todo estaba impregnado de la misma bohemia esencia que recordaba desde los trece años. Las tiendas de fruta con toldos brillantes, las flores en algunos balcones, y la gente, tan maravillosamente distinta unos de otros que pasea por la calle. Personas acarreando lienzos a medio pintar, un señor mayor con una espesa barba blanca y una boina que realizaba un retrato a una joven pareja, una señora en una cafetería, con la cabeza envuelta en un llamativo turbante, echando las cartas a una mujer rubia, vestida de diseño acompañada de un chico con rastas que rasgueaba una guitarra con desgana. En un banco cercano un viejo matrimonio chino daban de comer a las palomas en un apacible silencio. El aire olía a flores, cuyos efluvios salían, enroscándose en las rejas del jardín, para extenderse por todo el barrio. Gritos, voces, pitos de coches, música de aquí y allá, entrecruzándose para crear unas nuevas melodías, extrañas y perfectamente congruentes con los pequeños detalles de lo absurdo que pululaban por ahí. Con el cuerpo embargado de alegría me apoyé en una esquina y empecé a tararear una canción mientras sonreía sin parar, pero mi gozo fue prontamente abrumado por la venganza de Giuseppe que se materializó en un Corvette gris metalizado, el uniforme con todos los atributos y un trato ceremonioso, rayando la parodia, hacia mí. Ahora que lo pienso, pudo ser mucho peor, pero un paseíto triunfal por toda la ciudad, exhibiéndose como un pavo real y al mismo tiempo con una cortesía propia de un sirviente inglés del siglo pasado realmente es algo agotador para los nervios de cualquiera, más aún cuando todo el rato ves la burla y el descaro brillando en los ojos grises de Giuseppe.

En fin, fue duro. Continuas preguntas trampa, tratando de averiguar qué diablos hice yo anoche, si el giovinetto era guapo o no lo era, si había pasado algo serio immorale o había sido una ragazza casta, si había conseguido el trabajo o por el contrario la mie capacitá non sono adeguate. Tras mis oportunas excusas, mentiras a medias, evasiones y gruñidos de desagrado, pasó a sermonearme acerca de la inconveniente, la cattiva abitudine di bere, la mia irresponsabilità ela mia mancanza di moderazione y bla, bla, bla. Lo único en lo que podía pensar era en subir, escribirlo todo para no olvidarme jamás de nada y llamar a Clément, tomarme un café y reírme contenta aspirando a escondidas el olor a vainilla que todavía perdura en la camiseta.

1 comentarios:

Tanatarca dijo...

Dios mío de mi vida.

Hummm

Hummm

Pufff

Y cuánto cuesta la 1ª edición?

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