lunes, 16 de agosto de 2010

El olor de lo bohemio



Diario de Roma, 20 de abril de 1993

 “El corazón sabe lo que la razón ignora”

¡LA VIDA ES MARAVILLOSA!
Hoy estoy muy feliz y afortunadamente tengo motivos para estarlo: Clément y yo hemos burlado la seguridad de la casa  para poder ir a la feria que se celebraba en la parte oeste de la ciudad. Nos ha costado muchísimo escaparnos y en un par de ocasiones casi nos pillan por culpa de la torpeza de Clément a la hora de correr por el jardín. Desde que dio el estirón está patoso, como si no supiera manejar las dos gigantescas piernas que le han salido de repente. El plan ha ido sobre ruedas, tantos días preparándolo todo han merecido la pena. Durante toda la semana he estado hablándole a mi madre de un trabajo para la clase de religión que iba acerca de los movimientos monásticos, además le he dicho que Clément sabía mucho acerca del tema, puesto que él tuvo que realizar un trabajo similar el año pasado y de que debía, por tanto, pasar el fin de semana en su casa ya que su biblioteca es mucho mejor que la nuestra.
Lo cierto es que me parece muy estúpido tener que andar mintiendo para poder quedarme a dormir una noche en la casa de mi mejor amigo. Mi madre cree que no es conveniente que pase tanto tiempo con él ya que aunque sea el hijo del jefe, si las monjas del colegio se enteran de que paso todo mi tiempo libre con un chico en vez de con las bobaliconas de mis compañeras, me meteré en problemas. Sé que en el fondo tiene razón, pero es un motivo tan absurdo que no puedo hacer más que ignorarlo. No quiero pasar las tardes con esas tías. Son pijas, engreídas y están completamente obsesionadas con los hombres. Y cuando digo completamente es total y absolutamente obsesionadas. Cuando les dije que por las tardes quedaba con Clément se escandalizaron y empezaron a hacerme preguntas del tipo “¿Lo has besado?” “¿Es tu novio? ¿No? No lo entiendo si yo tuviera un chico cerca…” o la mejor “¿Y ya te has acostado con él?”. Sólo piensan en quedar con chicos, conocer chicos y tener novios. No entienden que sólo vea a Clément como mi mejor amigo o como un hermano y sé que rumorean que a lo mejor yo sea una de esas chicas raras del instituto, de ésas a las que les molan otras tías y son todas gordas o con camisa a cuadros.
El caso es que la convencí, recogí mis cosas para pasar la noche en casa de Clément y Giuseppe me llevó hasta allí. Estoy segura de que Giuseppe estaba al tanto de mis intenciones porque al despedirnos, bajó la ventanilla del conductor y me susurró bajito “No sé tú, pero yo no cenaría hoy. Si uno se entretiene comiendo luego se le hace tarde para todo lo demás, a mí me pasó ayer y casi no llego a coger el autobús que va a la feria del Barrio Bohemio. Ya sabes, la línea 3 dirección oeste que pasa sobre las once de la noche en la calle paralela a ésta”. Cuando se fue, entré en la casa y tras saludar a sus padres, fui directamente a ver a Clément. Le conté lo que mi chófer me había dicho y estuvo de acuerdo conmigo en que entonces era mucho mejor adelantar el plan una media hora y coger el autobús en vez de llamar un taxi. Aprovechando que había llegado pronto, nos pusimos a “estudiar” (véase leer los nuevos comics de Spiderman que Clément se había comprado) y más tarde a ver episodios repetidos del príncipe de Bel-Air en la nueva televisión que Clément tenía para su cuarto. Merendamos hasta casi vomitar y así pudimos convencer a María -la nueva cocinera - de que no teníamos hambre y de que era una idea mucho mejor acostarnos pronto para así seguir estudiando mañana. Como siempre, yo dormí en la habitación de invitados que se encuentra justo al lado de la de Clément, por lo que reunirnos en su habitación y escapar por la ventana fue pan comido. Realmente, es una suerte su cuarto esté en la planta baja, si hubiéramos tenido que escaparnos del mío, situado en un la segunda planta, habría sido imposible. Atravesamos el enorme jardín corriendo, escondiéndonos tras los arbustos y huyendo de las luces de las farolas.
El camino de ida en el autobús se me hizo eterno, estaba deseando llegar a la feria. No era sólo la idea de algodón de azúcar, gofres y demás chucherías, era algo más. Me sentía con ganas de verlo todo, de vivirlo todo. La Feria del Barrio Bohemio es algo así como un crisol de todas las culturas y tenía ganas de mezclarme entre toda esa gente tan abiertamente diferente a mí. Nunca he creído a mi madre cuando dice eso de que “el Barrio Bohemio es el lugar donde van las ratas, las personas que no tienen donde caerse muertas”, es como si insistiese demasiado en que es un lugar peligroso. Hoy lo he visto con mis propios ojos lo he vivido y puedo decir que se equivoca.
Es el lugar más maravilloso del mundo. Al bajarme del autobús, justo en la puerta del Jardín Botánico, he creído estar en un sueño o más bien de estar despertándome de uno, el sueño que he vivido durante toda mi vida y que creía que era la única realidad. En esta nueva realidad las casas no son grandes mansiones blancas, sino pisos apretujados unos con otros de todos los colores que se pueda imaginar o vetustas casas de madera escondidas tras una esquina. La realidad que vi estaba hecha de balcones iluminados de bombillas de colores y callejuelas estrechas que suben bajan y se retuercen sobre sí mismas plagadas de puestos callejeros de artesanía iraní, polaca o boliviana con ancianas curioseando envueltas en chales junto a punks de chupas de cuero y llamativas crestas. De musulmanas con el burka puesto que pasan a tu lado silenciosas como sombras o de bailarinas gitanas con pañuelos de fucsia y oro que agitan pulseras titilantes, casi hipnotizantes bajo la luz de las bombillas que alumbran las calles como cien legiones de luciérnagas. Las casas son de ese estilo francés tan estético que da a lo que le rodea sensación de decorado de película, de vaga irrealidad. El viento alborotaba mi cabello rubio y algunos mechones sueltos me golpeaban ocasionalmente el rostro. Hacia un poco de frio así que Clément me pasaba el brazo por la espalda en un vago intento de reconfortarme mientras me arrastraba hacia los puestos de comida rápida o de artesanía. La primera vez que nos acercábamos al barrio bohemio y yo ya había caído bajo su hechizo. Una sonrisa se extendía por mi cara a cada paso que daba, la sensación de querer volar y reír al mismo tiempo me hace pensar en la locura. Nunca había visto a tanta gente de razas distintas llevarse tan bien. Nunca había gozado de escuchar un saxofón en plena calle o ver como un pintor ejecutaba pacientemente su trabajo. Es algo completamente diferente a todo cuanto conozco y estoy completamente fascinada.
Pero la magia no acaba ahí, en algún momento de la noche, Clément me tironeaba del brazo para acercarnos a algún puestecillo ambulante muy emocionado. Es normal si se considera que la idea de ir allí fue suya. Creo que sabía que allí podría encontrar algo de artesanía africana y por eso insistió tanto. Ese continente emboba  a Clément desde que su padre le llevó a un safari por Kenia cuando era un niño. Me suele contar que el rugido de los leones les despertaba por la noche y que su amanecer era el más bello del mundo.  El caso es que estábamos cerca de un puesto especializado en orfebrería argelina cuando de pronto un torrente de personas nos arrastró. Por lo visto, mientras nosotros íbamos de compras, en el Jardín Botánico había habido una exhibición de ritmos de tambores saharauis que había congregado a muchos curiosos. Su mano se soltó de la mía de forma inexplicable y ambos nos separamos, perdiéndonos entre la muchedumbre. Durante unos minutos vagué sola por el barrio, un poco desorientada ya que el que tenía los mapas era Clément. Pregunté a un par de amables punks si sabían dónde estaba la parada del bus en la cual nos habíamos bajado antes Clément y yo, y que habíamos marcado como punto de encuentro. Me lo indicaron bastante bien y me tranquilicé un poco, pero de todas formas caminaba deprisa intentando llegar lo más rápido posible para que mi amigo no se preocupara cuando de repente percibí el perfume.
Un aroma a coco y a vainilla pasó por mi lado, aturdiéndome por un instante. Era un perfume embriagador que me provocó un escalofrío de placer. Me gire rápidamente para atrás, buscando a la persona que llevaba esa colonia. No pensé, solo me deje guiar por el instinto. A lo lejos había una chica bajita que sujetaba un globo en forma de corazón y no sé como estoy tan segura de que es ella la que deja ese aroma, pero lo estoy. Es ella. Por un instante dudé sobre si ir corriendo tras ella, creo que estaba un poco aturdida. Además el incómodo pensamiento de que deseaba pasar todas mis noches presa de ese aroma irrumpió en mi mente en ese momento con la fuerza de un rio desbordado. Jamás había sentido o pensado algo como eso, así que estoy realmente confusa.  No quiero ser una de esas tías a las que les molan otras tías, no quiero que en la escuela se rían de mí o piensen que soy rara o pervertida. En realidad es todo culpa del perfume, estoy segura de que si Clément se lo pusiera iría corriendo a sus brazos. Aunque no sé que es peor, ser un bicho raro por ser una bollera como les dicen en el instituto o ser una fetichista de los olores.
 Para rematar la faena, cuando llegué a la parada del bus, Clément  ya estaba allí y casi me tira al suelo del abrazo que me dio al verme. Sí que se había preocupado por mí. Con su “radar para romas” notó enseguida que algo me pasaba y empezó a interrogarme, pero me cerré en banda a sus preguntas. Clément es un chico realmente dulce –excepto cuando me quita los nachos con queso, por ejemplo, y se entretiene en pegármelos a la cabeza como hace una semana- pero no me apetecía contarle lo que me había pasado. A lo mejor es sólo una tontería o que necesito un novio como dicen las de clase, así que de momento prefiero guardar el secreto en este cuaderno.  
Aunque él no paraba de decir que me encontraba rara, le convencí de que estaba bien y seguimos con nuestro paseo. Tardó unos minutos en creerme, pero lo cierto es que desde ese encuentro el resto de la noche estuve como ida. Entre la gente buscaba la silueta de la chica, esperando volverla a ver. Tardamos un buen rato en despedirnos del barrio bohemio y en todas las tiendecillas yo buscaba a la misteriosa desconocida, pero no había ni rastro de ella. Por un instante llegaba a pensar que todo había sido solo producto de mi imaginación cuando volvía a percibir ese perfume, sin embargo esta vez sin su dueña. Era un retazo sutil entre la gente o una sorpresa que me aguardaba al girar la esquina. Al final me rendí, aunque creo que atesoraré este recuerdo en el fondo de mi mente durante muchos años. Ese perfume, aunque suene a delirio, me llama, me incita y me hace dudar de todo en cuanto creía.

4 comentarios:

Tanatarca dijo...

Esto se sale de lo mesurable por adjetivos como bohemio, genial o curioso.


Es óptimo.

Sí, no es lo que esperaba, es mucho más. Siga, por cthulhu se lo pido.

Tanatarca dijo...

"En realidad es todo culpa del perfume, estoy segura de que si Clément se lo pusiera iría corriendo a sus brazos." En realidad es todo culpa del pelo. O podría ser, en realidad es todo culpa de la piel, o de los ojos. Juntas todas esas sensaciones de anhelo y, en fin, ¿no es lo que se siente por cualquier persona? y es así como trasciende las barreras de la raza y el género, a través de discoordinadas e inexplicables sensaciones, que son las mismas para unos y otros.

elvira dijo...

Fetichismo de los olores :D

Si no te importa voy a seguirte para seguir leyendo con más facilidad

mara dijo...

hay frases con mucha fuerza k kearian mejor sueltas en mitad de 2 parrafos
Giuseppe es genial

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