viernes, 13 de agosto de 2010

Memorias de una musa triste



Diario de Roma, 6 de agosto de 2008

“Para que algo sea perfecto, para que perdure en la consciencia como algo eterno, debes destrozarlo con ímpetu. Hacerlo perecer en medio de una gran ovación final. Así llegan los mitos, así se vuelven inmortales. La decadencia por sí sola no arrastra hacia la nostalgia”
Doy vueltas en mi cama sin cesar, pero no consigo dormirme. Me levanto de un salto, hastiada y enfadada conmigo misma. Miro el reloj y veo en rojo parpadeante que son las dos de la mañana. Ya no sé qué hacer. Han pasado cuatro días desde que Clément se fue a Estambul y seis desde que la vi. Seis días sin dormir. Cierro los ojos y veo su rostro. La piel canela brillando y los ojos, esos ojos por lo que yo habría matado, observándome con sorpresa. La oigo hablar incluso cuando todo está en silencio. Pongo el metal más ruidoso que puedo descargarme de internet para escuchar, derrotada, su voz sobreponiéndose al resto de los instrumentos. Los somníferos se me acabaron el tercer día, creo que fue el único momento en el que pude descansar un rato. Aún así no quiero bajar a la farmacia a por más, deseo seguir martirizándome, recordando la conversación imposible que mantuvimos.
Me vuelvo a tumbar en la cama, suspiro y me río con ganas. Soy joven otra vez. Vuelvo a tener diecinueve años, vuelvo a estar loca, vuelvo a volcarme en este diario que he tenido cerca de una década abandonado. Vuelvo a las viejas costumbres, buenas o malas, no importa qué porque me descubro una hora después escribiendo en esta libreta sucia, borracha como una cuba gracias a un vino caro que Clément tenía por ahí, aspirando el humo decadente del cigarro que salí ayer a comprar en un arranque de ansiedad. Hacía ocho años y tres meses que no probaba el seco sabor del tabaco, los mismos que llevaba junto a Clément. Decidí dejarlo todo y ser una persona nueva, pero el pasado me persigue, innegable, imborrable, diciéndome a cada paso que doy lo mal que lo hice, lo cobarde que fui y cómo nunca lo dejé dicho todo. Me siento y vuelvo a aspirar ese aire viciado que de un modo extraño me sabe bien. Me sabe a viejos tiempos, los buenos tiempos.
Estoy cansada y sé que no puedo seguir así más. Puede que sea el alcohol quien me lleva a tomar la decisión de volcarme en estas páginas. Pero me lo debo, nos lo debo a los tres. Me quedo parada, incapaz de moverme a causa del mareo y de la idea que en este momento se forja en mi cabeza. Me acurruco en el sillón, saco la estilográfica de un cajón del escritorio y abro esta libreta, una página nueva. Mi mano queda suspendida en el aire. No sé cómo empezar. Contemplo la página en blanco con terror y pienso durante un rato que escribir y que dejar fuera. Al final, lo mando todo a la mierda, lo incluiré todo, para bien o para mal. Tomo aire y comienzo a narrar la historia que sucedió en los últimos estertores del milenio.
Mi historia.
En cierto modo, escribo para olvidar y poder pasar página. Escribo para dejar de pensar en lo que podría haber hecho o dicho para retenerla más tiempo a mi lado. Escribo para dejar de imaginar las fantasías que aún hoy sueño despierta y recuerdo como algo más real que mi vida.
No sé si estas letras que mi alma vomita sobre el papel serán publicadas algún día o languidecerán en un cajón olvidado. En cualquier caso, estás en tu derecho de guardarlo, quemarlo, transmitirlo o gritarlo al mundo. Esta historia es tanto tuya como mía, aunque sea yo la protagonista.
 Estas páginas amarillentas contienen una historia de amor que es irreal por extraordinaria. Un amor eterno que aun arde y arderá por siempre bajo mi piel, aunque ame a otras personas y mi cuerpo envejezca o se pudra bajo el frío ataúd. Siempre perteneceré a la misma persona. Las memorias que ahora escribo son a la vez una advertencia y un recordatorio. Aviso para los que aún no aman con locura y son cínicos al respecto de que amarán aunque se crean inmunes a ello, sufrirán aunque no lo deseen y atesorarán esa tortura como el más preciado recuerdo para el resto de sus días. Dejo este manuscrito también para los otros, los que como yo se han equivocado, los que estuvimos una vez parados ante el gran amor de nuestras vidas y no supimos reconocerlo a tiempo.
Estas son las memorias de una musa triste.

3 comentarios:

Alestra dijo...

Me siento, enciendo el ordenador, windows se inicia pongo mi escritorio del blog y me ecnuentro con vuesa entrada y la de rafa... y en ambas no solo veo que enamorais a mis ojos con cada letra, no.., no solo eso.. además veo que en cierta manera estoy presente en ambos textos.. que maravilla teneros ¡; sigue asi pequeña mia, sigue asi porque crecerás de una manera impresionante :3333

Tanatarca dijo...

Esto empieza... Pronto llegarán los escenarios y las sensaciones que ya conozco, porque me los has contado y porque me lo han contado tus ojos.

Leyendo persempre.

elvira dijo...

Rafa me insistió en que echara un vistazo a lo que escribes y que no dudara en comentarte, ya que tus musas se alimentan de comentarios.

Pues bien aquí estoy, intrigada por seguir leyendo.

Hola me llamo Elvira, y formo parte de la escuela de bohemia, y creo que una vez te grité raramente por telefono.

^^

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